OMSBON IV

La compañía española de la OMSBON

 (extractado de la obra de Daniel Arasa “Los españoles de Stalin” publicada por Editorial Vorágine, Barcelona 1993)


La 4ª Compañia 

 

 

Los primeros voluntarios españoles para la defensa de la zona de Moscú y Gorki fueron aceptados a principios de julio de 1941. Tras la revisión médica (que tuvo efecto en el Estadio de futbol del Dynamo de Moscú), fueron incorporados a una uni­dad del NKVD, la Brigada Motorizada Independiente de Tiradores de De­signación Especial (OMSBON), cuyo jefe es el coronel Mijail Feodórovich Orlov[1]. Constituye una verdadera guardia pretoriana que debería respon­sabilizarse de la defensa de puntos clave de Moscú si la situación se hacía insostenible. Los españoles formaban parte del Primer Regimiento Motori­zado de Tiradores que mandaba el teniente coronel Roglin y uno de los mandos que tuvieron fue Serguei Ivanovich Bolokitin. Con los españoles se formó una compañía completa, la 4ª, mandada por el capitán Peregrin Pé­rez Galarza, que en la guerra civil española fue comisario político del 14.° Cuer­po de Ejército, formado por guerrilleros, y después jefe de la 75 División, ­siendo su ayudante Alfonso Muñozguren y el comisario Ceferino González. Entre los 125 españoles del destacamento había 6 mujeres. Las tres seccio­nes que componían la compañía eran mandadas por los tenientes Modesto Castrillo Frias, José Sevil y Roque Serna Martínez. Además, un grupo de cuatro españoles son integrados en la Compañía de Enlaces, en la que hay personal de diversas nacionalidades. Son Josep Gros, Ignacio Martínez Martínez, Adolfo Escribano y José García Granda. El primero es motorista, y los otros tres, radiotelegrafistas. Los cuatro sobrevivirían a la guerra mun­dial, muriendo luego Ignacio Martínez en las guerrillas de Levante. El gru­po de radio estaba en la estación que enlazaba la Brigada con el mando su­perior.

 

En la unidad fueron agrupados revolucionarios y exiliados comunistas de diversos países (españoles, polacos, búlgaros, checos, húngaros, austriacos, italianos y alemanes) que, entre todos, constituían un batallón cercano a un millar de hombres, muchos de los cuales habían formado parte de las Briga­das Internacionales en España. El resto de la brigada lo formaban soviéti­cos también muy seleccionados. Para hacerse idea basta destacar que había un millar de deportistas, así como numerosos chequistas[2]  Era gente dis­puesta a luchar hasta la muerte por el “primer Estado de la clase obrera y de los campesinos".
 

 

[1] Nada tiene que ver con el que fuera jefe del NKVD en España durante la Guerra Civil, a pesar de coincidir en el apellido. El agente del NKVD en España se llamaba AIexandr 0rlov, aunque su verdadero apellido era Nokolsky. Éste no regresó a la URSS cuando termi­naba la guerra española, sino que, temiendo ser víctima de las purgas de Stalin, desertó el 12 de julio de 1938 al Canadá y, más tarde, colaboró con los servicios secretos norteameri­canos.

 

[2] En España se siente desprecio por esta denominación, por recordar que las checas fue­ron lugares de torturas durante la Guerra Civil. Sin embargo, más que al recinto, su nombre corresponde a los cuerpos de investiga­ción creados por algunos partidos de izquierda y que se enorgullecían de llamarse a sí mis­mos «checas», siguiendo el modelo soviético. Del mismo modo, entre los comunistas de la URSS se consideraba un honor haber sido «chequista» y equivalía a ser un hombre de la más absoluta fidelidad a la causa. La Cheka, policía política bolchevique, fue fundada el 7 de diciembre de 1917. Su nom­bre proviene de «Cherezvychkainai Komissia» (Comisión Extraordinaria). Muy pronto se hizo más omnipresente, represiva, sanguinaria y cruel que su antecesora zarista, la odiada «Okhrana». Según Vladimir Bérélowitch (Le Monde, 11 y 12 de diciembre de 1983), a principios de 1917, poco antes de la caída del zarismo, la «Okhrana» tenía 15.000 agentes cuando llevaba 34 años desde su creación. Por su parte, la «Cheka» tenía ya 37.000 en ene­ro de 1919 y 121.000 en 1921. A partir de 1918 la «Cheka» empezó a utilizar la tortura.

El 16 de julio de 1923 fue decretada la Carta Constitucional de la URSS y a raíz de ella la «Cheka» fue abolida; en su lugar se crea la policía estatal secreta que hace uso de procedi­mientos drásticos, terribles y expeditivos. Es la O.G.P.U., más conocida simplemente por G.P. U. A esta la sustituiría la NKVD, cuya sucesora sería la K.G.B.

 

 

Según García Granda (un hombre que estuvo largo tiempo en servicios de radio y llegó a ocuparse de asuntos de responsabilidad) un objetivo pre­visto para los miembros de esta unidad era el enviarlos a sus respectivos países de origen para convertirse en guerrilleros, aunque tal posibilidad se reservaba al caso de que la guerra adquiriera un carácter totalmente desas­troso para los soviéticos, lo que no ocurrió. Otras características que se le reconocen es la de ser una unidad que sirva de cobijo a cuadros comunistas de todo el mundo y sólo se les utilizará como combatientes en situaciones extremas, unido todo ello al impacto psicológico que en el pueblo soviético produce la información de que voluntarios extranjeros luchan junto a sus soldados.

 

Otro elemento que ayudará a darse cuenta de la importancia que se dio a esta unidad es que 22 de los soldados y oficiales que por ella pasaron en esta guerra fueron honrados con el título máximo de Héroes de la Unión Soviéti­ca y más de seis mil fueron condecorados. En buena parte actuaron como guerrilleros o colaboraron con ellos en la retaguardia enemiga. Podía consi­derarse, de hecho, una unidad de oficiales aunque no tuvieron tales em­pleos todos sus componentes. “Una cosa que nos extrañó, recuerda Sebastia Piera, era que veíamos entrar en el campamento a oficiales soviéticos y luego aparecían los mismos hombres con uniforme de soldados. Se trataba de ofi­ciales a los que preparaban para ir a la guerrilla.” En cuanto a los deportistas explica: “Estaban en la unidad casi todos los campeones deportivos de la URSS. Uno de los que recuerdo es Koroliov, un boxeador. Luchó luego como guerrillero y transportó sobre sus hombros a un herido a lo largo de 20 kiló­metros”.

 

Entre los españoles de esta Brigada de Designación Especial se encuen­tran Carlos García Acero, Enrique Escudero (jefe de Brigada en España), Vicente Blas, Antonio Montenegro, José Castelo, José Granell, Segundo Moreno, Luis Rodriguez Menor (comandante de tanques), Justo López de la Fuente (jefe de Brigada), Antonio Blanco (jefe de servicios del Ejército del Ebro), Juan Guel Tero (comisario de unidad de tanques), Manuel Díez del Valle, Cipriano González, Teodoro Carrascal, José González Martínez, Ri­cardo Navacerrada, Cástul Pérez, Josep Florejacs, Severiano Herrero, José Carmona, Eduardo García López, José Barceló, Alberto Casal, Gerardo Via­na, Agustín Trueba, Leoncio Velasco, José Obrero Rojas «el Rojillas», Pere Altés, Manuel Bemal, los hermanos José y David Banqué, José Semper «el Chino», Luis Jaramillo Amaya –de raza gitana-, Félix Barriga García, Francisco García «el Jeta», Félix Navarro Serrano, Sebastia Piera, José Pa­rra «Parrita», Américo Brizuela (jefe de Brigada), Ramón Farré (comisario del 22.° Cuerpo de Ejército, fue quien negoció con el coronel Domingo Rey d’Harcourt la rendición de Teruel), Carlos Aguirre, Gabriel Abad, Santiago Medina,… Entre las mujeres se encontraban Caritat Mercadé, Helena Im­bert, Agustina Esteban Burruel, África de las Heras,… Una soviética íntima­mente relacionada con los españoles es María Furseva o María Casanellas, que había sido esposa del presidente del Partit Comunista de Catalunya, Ra­món Casanellas.



 

La Brigada de Designación Especial tenía su centro de instrucción en un gran bosque situado cerca del pueblo de Stroitiel, a unos 25 kilómetros al Norte de Moscú, donde fue sometida a un severo entrenamiento que se ini­ció el día 8 de julio. Aunque los españoles ya tenían una gran experiencia militar, aprendieron topografía, señales de transmisiones, formas de camu­flaje, cuestiones de guerra química, destrucción de minas, paso de ríos, pre­paración de explosivos para minar terrenos, realizaron marchas, ejercicios de avance, de repliegue y de preparación guerrillera,… Lograron una mayor tecnificación y uniformidad, ya que eran de edades muy diversas y tenían una formación militar muy heterogénea.

 

“La Pasionaria” fue a visitarles. Era, precisamente, el 18 de julio de 1941, cinco años después de otra fecha idéntica en que se había iniciado la lucha por las calles españolas. “Hoy, como ayer, os encontráis con las armas en la mano contra el fascismo. Hoy, como ayer, nos sentimos orgullosos al ver los voluntarios de nuestro pueblo frente a la tiranía fascista. (…) Son tiempos de lucha y nosotros sabemos que no la teméis. Y la lucha junto al pueblo soviéti­co, que defiende su libertad y su independencia, la lucha contra los hitlerianos, es a la vez batirse por nuestro pueblo, por la independencia de España”, les di­jo “La Pasionaria”.

 

Realizaron más de dos meses de instrucción que a los españoles, impa­cientes por ir al frente, les parecieron siglos. Un día llegó la orden de estar preparados en quince minutos para salir. La mayoría realizan el viaje en tren, desconociendo el destino que se les asigna. Unos a otros se preguntan sin obtener respuesta. Creían dirigirse a un lugar del frente, pero al poco ra­to pudieron adivinar que se acercaban a Moscú. Era la tarde del 15 de octu­bre de 1941. Caía un aguanieve que helaba el tuétano de los huesos. Aquella tarde, el parte de guerra del Buró de Información Soviético daba noticias alarmantes acerca de la situación del Frente Occidental, denominación con la que los rusos designaban al sector de Moscú del inmenso frente germano soviético.

 

El comunicado oficial soviético de la tarde del día 15 de octubre empe­zaba así: “Durante la noche del 14 al 15 de octubre ha empeorado la situa­ción en la dirección occidental del frente. Las tropas germano fascistas lanza­ron contra nuestras unidades gran cantidad de tanques e infantería motorizada, rompiendo nuestra defensa en este sector. Nuestras tropas opo­nen al enemigo heroica resistencia, causándole terribles pérdidas, pero se han visto obligadas a retroceder en este sector del frente”. El Gobierno sovié­tico y el Cuerpo Diplomático fueron trasladados a Kuybisev, 800 kilóme­tros al sureste de Moscú. Entretanto era destituido Timoshenko y se en­carga a Georgy Zhúkov, el más destacado de los jóvenes mariscales sovié­ticos, la defensa de la capital.

 

Los alemanes habían lanzado una gran ofensiva contra la ciudad, en el intento de ocuparla antes de que llegasen los fríos y nieves invernales. Hasta pocos días antes, las columnas alemanas que avanzaban hacia Moscú habían estado detenidas, no tanto por la resistencia soviética como por necesidades propias. Después de un avance de 800 kilómetros, más las incursiones y traslados a los sectores Norte y Sur, las divisiones acorazadas necesitaban reorganizarse y requerían nuevos servicios de abastecimiento, ya que no podían operar con sus bases tan alejadas, problema que se agravaba por las deficientes comunicaciones soviéticas. En tal situación, Von Brauchitsch expuso a Hitler la conveniencia de detenerse en la línea de Smolensk (ciu­dad en la que los rusos resistieron encarnizadamente y en Rudnia, al Nor­oeste de Smolensk, donde usaron por primera vez los lanzacohetes “Katiuska” u “Organillos de Stalin”) y aguardar a la primavera siguiente para seguir ha­cia Moscú y el Volga. Hitler hizo caso omiso y siguió su propio criterio –ava­lado además por su mejor especialista en carros, Heinz Guderian, que pro­ponía un plan para conquistar Moscú antes del invierno. Las divisiones acorazadas fueron reorganizadas en un tiempo récord y en sólo cuatro se­manas estaba todo dispuesto para el asalto a Moscú.

 

Los españoles que formaban parte de la Brigada de Designación Espe­cial, unidad de elite, pronto sabrían cuál era el destino de ésta en tal coyun­tura: defender el Kremlin, la Plaza Roja y sus proximidades.

 

Llegados a la capital marchan por las calles. Aquella noche y en los días siguientes más de cien voces españolas entonan canciones que se hicieran famosas en la Guerra Civil:

“Si me quieres escribir

ya sabes mi paradero

en el frente de Gandesa

primera línea de fuego”

 

en la que algunos sustituyen la palabra “Gandesa” por “Moscú” para actualizarla.

 

Y se canta:

 

“El Ejército del Ebro

Rumba-la-rumba-la-rumba-la

una noche el río pasó…»

Y una y otra vez

 

”¡Ay Carmela”,”¡Ay Carmela”,

O aquella de

“Madrid que bien resiste

mamita mía, los bombardeos…»

 

Y no falta alguna canción en lengua catalana como “L’Exercit Popular”. Las voces españolas se amplían cuando centenares de otros combatien­tes, con mayor o menor fidelidad a su letra, las entonan también porque las habían cantado u oído en las Brigadas Internacionales o en la radio soviéti­ca. Hasta la poca gente que circula, porque muchos paisanos han evacuado Moscú, dice mirándoles: “Eti ispantsi” (Son españoles), ya que a muchos les suenan las tonadillas de aquellas canciones que con profusión difundió el Régimen soviético entre 1936 y 1939. En los días siguientes las escenas se repiten cuando los españoles se desplazan de un lugar a otro y hasta menu­dean abrazos efusivos de la población civil.

 

Al llegar a la Plaza Roja se dan cuenta de que los rubíes de las cúpulas bul­bosas del Krernlin no brillan sino que están enfundados para evitar señali­zaciones a los aviones enemigos o ser afectados por la metralla. También es­tán protegidos con sacos terreros monumentos y edificaciones nobles.

 

Las compañías ocuparon posiciones, algunas en el interior del Kremlin y otras en sus proximidades. Las tres secciones de la Cuarta Compañía fueron distribuidas, correspondiendo a la primera, mandada por Modesto Castrillo, la defensa del Hotel Nacional, a la Segunda (José Sevil), la Casa del Gobierno, y a la Tercera (Roque Serna), el Museo de Lenin. Instalados en las posiciones que se les asignan van notando los efectos del intenso frío aunque todavía no ha llegado el terrible invierno ruso. Cuando el mando entiende que no hay peli­gro inmediato ordena el traslado a la Casa de los Sindicatos, más conocida como la Sala de las Columnas, para pasar la noche. En este edificio, en el que estaba también el Estado Mayor del Regimiento, fueron visitados por familia­res de los españoles militarizados, y no faltó un grupo de españoles que desea­ban a toda costa incorporarse a la unidad. Iban precedidos por dos emisarios, Pablo San José y Francisco Espejo. Se les expuso la dificultad de formar parte de una unidad ya constituida, pero su insistencia visitando a unos y otros do­blegó al mando y, finalmente, varios se integraron en la 4ª Compañía. Siguien­do el ejemplo anterior, un grupo de muchachos de la Casa de Jóvenes españo­les de Moscú, la única que aún no había sido evacuada porque asistían a clase hasta los últimos días, se presentaron también allí para incorporarse. Sin em­bargo, como ninguno de ellos llegaba a los dieciséis años, fueron despedidos.

 

El pequeño grupo español de la Compañía de Enlace, entretanto, tiene su base en la sede del NKVD. Los tres españoles citados, junto a un teniente so­viético, son los responsables de las comunicaciones por radio de la Brigada.

 

Mientras los españoles y el resto de su Brigada se situaban en el centro de Moscú para la defensa de la capital, centenares de miles de mujeres, hom­bres maduros y adolescentes, en interminable procesión, cavaban fortifica­ciones y fosas antitanques, y una docena de divisiones de voluntarios civiles se instruían en el manejo de las armas. En paralelo, se establecía una férrea e implacable disciplina. El 20 de octubre el Comité Estatal de Defensa de­clara la Orden de Sitio de Moscú y su zona. En esta orden –en la que se lla­ma a la lucha y la disciplina- se dicen, entre otras cosas: “a los desmoraliza­dores, a los que hagan circular bulos, a los encargados de sembrar pánico, ¡ajusticiadlos allí mismo!”. La orden la firmaba Stalin.

 

Aunque no muchos, hubo fusilamientos de reales o presuntos desmorali­zadores, así como de personas que teniendo responsabilidades administra­tivas huían de Moscú. Además, una orden de este tipo se presta a injusticia y hasta a venganzas personales ajenas a la guerra. De esto saben mucho los españoles de ambos bandos que vivieron la Guerra Civil.

 

Tampoco las mujeres y muchachos españoles quedaron al margen. Son varias las mujeres que cavaron fosos, como recuerda la maestra Lucía Ruiz. Otras, como Elvira Antonio Deuvosguard –que residía en Barbiha, al Oeste de Moscú-, tuvieron otro destino: “Nos movilizaron a todas de inmediato. Yo no fui a cavar trincheras pero me integraron en la defensa antiaérea, siendo nuestra misión la de apagar bombas incendiarias. Llevábamos caretas anti­gás, enormes guantes y unos recipientes llenos de arena para arrojar sobre las bombas. Las otras’ mujeres del equipo del que formaba parte me preguntaban el motivo de que yo no tuviera miedo a las bombas incendiarias. Era cierto. Les respondía que tenía ya experiencia de la guerra española”.

 

“De todas formas –añade- pronto me di cuenta de que nuestra Guerra Civil era “de juguete” al lado de aquella que estábamos viviendo. Cuando llegaban los aviones alemanes y se elevaban los nuestros, junto a las explosiones de los antiaéreos, el cielo quedaba realmente tapado.”

 

Los aviones alemanes acudieron por vez primera a bombardear Moscú el 22 de julio de 1941, exactamente un mes después de haberse iniciado la ofensiva alemana. Pero Moscú fue una ciudad escasamente destrozada por la guerra. Los rusos habían establecido tres cinturones de defensa de la ca­pital, y junto a las fortificaciones, campos de minas y fosas antitanques, em­plazaron lo que hasta aquel momento era la mayor defensa antiaérea jamás usada. Los aviones alemanes apenas lograron sobrevolar Moscú. Algunas bombas cayeron cerca de las estaciones ferroviarias y del nuevo Palacio de los Soviets, una en un teatro,… pero se podían contar con los dedos de las manos los edificios dañados por los raids alemanes, aunque fueron muchas las incursiones de la Luftwaffe. Ante tamaña defensa antiaérea las escuadri­llas tenían que ensanchar sus filas o dispersarse, lanzando sus bombas sin orden ni concierto antes de llegar a sus objetivos, causando escasos daños, o virar a toda prisa para volver a sus bases. Alemanes y rusos perdieron mu­chos aviones en los combates.

 

Son numerosos los testigos españoles de las piruetas aéreas, pero es de nuevo Elvira Antonio un testimonio de excepción puesto que residía en Bar­biha, población situada en el más exterior de los cinturones de defensa de Moscú, en un lugar por el que llegaban las escuadrillas de la Luftwaffe: “Cuando los aviones alemanes sobrevolaban la zona, el suelo temblaba por el retroceso de los numerosos antiaéreos. En nuestra casa, las camas iban de una parte a otra de la habitación”.

 

En la propia ciudad de Moscú, entre los miles de personas que se encuen­tran distribuidos por los tejados hay algunos españoles que vigilan la llega­da de la aviación alemana y se apresuran a extinguir las bombas. Buena parte de esta protección antiaérea es realizada por mujeres. “Yo, como miles de mujeres, pasé noches en los tejados teniendo a mano cubos de agua y de arena para apagar bombas incendiarias”, dice Carme Roure. Manuel Tagüe­ña, afirma que apagaron dos bombas incendiarias en el tejado del edificio en que residían. Por su parte, muchas chicas españolas se inscribieron en los cursos de primeros auxilios y bastantes prestan ayuda a la población ci­vil que se refugia en el Metro para pasar las noches.

 

Amelia Gómez residía en la Casa de Jóvenes, que estaba situada enfrente de la Academia Frunze. En ésta había un cañón antiaéreo de gran calibre cuyos disparos producían tal fragor que los jóvenes creían que eran explo­siones de bombas caídas. Los españoles lo bautizaron con el nombre de «El Agapito», recuerda Amelia.

 

Ni un solo español de los que en aquel momento hay en Moscú muere a causa de los bombardeos.

 

Cambio de frente

 

A mediados de octubre de 1941 fracasa la primera ofensiva de la Wehr­macht sobre Moscú. El 12 de octubre Goebbels incluso había avisado a la prensa alemana para que tuviera previsto el espacio para la gran noticia de la ocupación de Moscú, y el Intendente General de la Wehrmacht tiene fija­dos los lugares y cuarteles de la capital en que se alojarán las victoriosas tro­pas hitlerianas. El 23 de octubre, en los partes alemanes aparecen por pri­mera vez las palabras «mal tiempo». Los españoles de la 4ª Compañía, parapetados en la zona del Kremlin, ni siquiera han entrado en combate.

 

El 6 de noviembre los aviones alemanes acuden a bombardear, pero esto no impide que al día siguiente, aniversario de la Revolución de Octubre, se celebre el gran desfile militar tradicional, con la particularidad de que la mayor parte de las tropas participantes continúan su marcha directamente hacia el frente. Los españoles de la 4ª Compañía toman parte en el desfile pero, además, este día jurarían bandera, con la fórmula habitual y el beso a la enseña roja. Con gran amplitud, el noticiario cinematográfico filmaría el acto, que se proyectaría en todas las salas de la inmensa Unión de Re­públicas.

 

El 16 de noviembre de 1941 los alemanes lanzaban su segunda ofensiva sobre la capital soviética. Participan en ella 51 divisiones apoyadas por 3.000 cañones y 1.500 aviones. Las agrupaciones de los generales Hoth y Hoeppner avanzaron por la zona Norte de la ciudad hasta el canal Moscova­-Volga, última defensa geográfica de la capital. Por el Sur las tropas del II Ejército Blindado de Guderian sobrepasan el meridiano de Moscú despla­zando lo que pretende ser un brazo de la tenaza que encierre la capital, aun­que no consiguen ocupar la ciudad de Tula. En el centro, los alemanes avan­zan también por el eje Smolensk-Moscú. La capital soviética atraviesa las semanas más difíciles. El 3 de diciembre fuerzas de la 258.a División de In­fantería alemana llegan a Jinki, a 12 kilómetros de la ciudad. Sería el punto más cercano al Kremlin que alcanzaría la Wehrmacht.

 

El 28 de noviembre, con la prisa, rotundidad y discreción características de tales casos, la Brigada de Designación Especial, en la que están los espa­ñoles recibe la orden de prepararse para salir. Su destino sería el frente Nor­te de Moscú, entre Kalinin y Klin, en la zona de Babuskino. Oían el fragor del frente, aunque tomaron posiciones en la retaguardia. Por allí pasaron dos koljosianas y señalando a un soldado, el español Carlos Ayuso, dijeron:”Este soldado tiene la nariz helada”. En efecto, aunque él ni siquiera se había dado cuenta, no sólo la nariz, sino también sus pómulos habían quedado congelados. Lo propio le ocurría a Francisco García «El Jeta». Frotándoles con nieve lograron recuperarles. Eran los primeros afectados por las conge­laciones. Les seguirían otros muchos, aunque son pocos los españoles que llegarían a situaciones irrecuperables.

 

Los españoles, en especial los de las regiones del Sur de la Península, lo pasaban fatal con el frío ruso. En estos años de estancia en la URSS había quien llevaba dos pares de calzoncillos, varios jerseys y hasta dos abrigos, Entre la tropa soviética –y algo parecido ocurría entre sus adversarios- se bebía a menudo «chisti», alcohol puro para entrar en calor. Tras ingerido a toda prisa, debían comer algo, porque ardía el estómago.

 

En el frente Norte de Moscú los españoles están en el sector de la Divi­sión Panfílov, una división de la Guardia. El conjunto de la Brigada del OMSBON ocupa posiciones en la inmediata retaguardia del frente del 16.°Ejército (11º de la Guardia), según se especifica en la documentación so­viética.

 

El día 30 de noviembre circula de boca en boca un rumor entre los solda­dos soviéticos: “Han llegado los siberianos”. Los españoles siguen ocupando posiciones de retaguardia cerca de Klyn aunque realizan descubiertas, pa­trullas, instalación de minas, etc y son acantonados cerca de Kruikovo, ante posibles desembarcos aéreos alemanes. El mando germano lanzaba peque­ños grupos de paracaidistas tras las líneas soviéticas con el objetivo de hos­tigar a los rusos, ocupar algún cruce de carreteras, y sobre todo, sembrar el desconcierto entre las defensas. Alguna patrulla de españoles liquidó a varios de estos paracaidistas, pero otras muchas no llegaron a tomar con­tacto con el enemigo.

 

En las marchas, los soldados iban muy cargados. El armamento sovié­tico era pesado y sobre todo, los que llevaban los fusiles ametralladores con los discos llegaban al agotamiento. Ello agudizó el ingenio del espa­ñol Félix Navarro Serrano. Un día se cruzaron con unos campesinos que se alejaban del frente y llevaban con ellos un gran perro. El español hizo un comentario acerca del can y el koljosiano le dijo que se lo regalaba, ya que, aunque lo quería mucho no tenía comida para darle. Ni corto ni perezoso, Navarro le hizo un aparejo e improvisó una especie de es­quíes, logrando que fuera el perro quien, ante la envidia y el jolgorio de sus compañeros, arrastrara el fusil ametrallador y las municiones. Sin embargo, el alivio de Navarro duró poco. El can cortó de un bocado la cabeza a una gallina de una campesina y se entabló una ensangrentada re­yerta con varios perros, con lo que muy a pesar de su dueño, hubo que despedirlo.

 

El conjunto de la unidad española y toda su Brigada tampoco en este sector entró directamente en combate, a pesar de lo cual el número de espa­ñoles que recibieron la medalla de la Defensa de Moscú es, después de los soviéticos, el más elevado de cuantas nacionalidades participaron.



 

En el frente de Klyn un español se distingue en el combate: el catalán Jo­sep Gros. Actuando como motorista, el día 1 de diciembre comunicó a sus compañeros la noticia de que los soviéticos habían arrojado a los alemanes al otro lado del canal Moscú-Volga, iniciando el retroceso alemán en esta zona.

 

Gros estaba en el frente desde unas semanas antes. El día 25 de octubre, cuando la unidad se encontraba aún en Moscú, le comunicaron que sería enlace porque sabía conducir moto, y el 10 de noviembre quedaba inte­grado en una unidad de destrucción que actuaba en el frente de Kalinin, a lo largo de la carretera Moscú-Leningrado, una de las líneas por las que los alemanes lanzaban su ofensiva sobre la capital. Cumple su primera misión de combate el 14 de noviembre realizando correrías con la moto de unas unidades a otras, llegando a toparse con tanques alemanes que penetraban en las líneas soviéticas. El avance de los hitlerianos era extra­ordinariamente difícil en este sector por ser una zona muy boscosa y pan­tanosa, lo que limitaba el uso de las unidades motorizadas alemanas a la carretera y aledaños; y en éstos los soviéticos minaban cada palmo de te­rreno y mantenían una dura resistencia para obstruirles el paso. La uni­dad de Gros se dedicaba a voladuras y colocación de minas. Además, hacían boquetes en las proximidades de la carretera para que tampoco pudieran pasar por allí los tanques. Una muestra de la magnitud de la labor de des­trucción llevada a cabo por esta unidad fue la voladura de un tramo de 12 kilómetros de carretera.

 

Sostuvieron numerosos combates con avanzadillas alemanas, sobre todo con los carros. De los veinte motoristas-enlaces que se incorporaron a la unidad el mismo día que Josep Gros, solamente él seguía actuando. Todos los demás habían muerto, estaban heridos o capturados por los alemanes. Se hizo muy famoso en su unidad y le llamaban “Ispaniet” (español) y a su moto la denominaba “Tanque pesado”.

 

Para Gros, sin embargo, los peligros no venían sólo de los alemanes. La labor de un enlace motorizado como él le dejaba en ocasiones entre dos fue­gos, cuando todos disparan y nadie sabe exactamente contra quién. Otras veces los peligros fueron más sutiles, como le sucediera a unos 10 kilóme­tros de Klin, cuando se encontró con una concentración de carros soviéti­cos y conversó con los tanquistas. “Me preguntaron algo que no comprendí y enseguida empezaron a rodearme y a interrogarme sobre mi unidad y a pedir­me documentación de combatiente del Ejército Rojo. Como no llevaba encima ningún papel creyeron que yo era un alemán con uniforme soviético, pues ya habían cogido alguno con nuestra vestimenta. Las sospechas se hicieron más fuertes porque hablaba mal el ruso. Sin embargo, cuando intentaron desar­marme toparon con mi resistencia y, sobre todo, con mis gritos fuera de lo co­mún.” La cosa se puso muy fea para Gros, pero ante tanto alboroto acudie­ron más soldados y con ellos un oficial, quien le reconoció y a voces logró parar a los tanquistas.

 

El problema del idioma había puesto también a otros en dificultades. Una patrulla de la 4ª Compañía fue detenida. “Nos tomaron por alemanes al ver que hablábamos mal el ruso. Pudimos resolverlo porque llevábamos siem­pre un número de teléfono y quienes nos retuvieron aclararon la situación lla­mando allí. Pasado el momento de tensión incluso nos invitaron a vodka y lo celebramos”, explica Sebastiá Piera. Gros estaría en varias ocasiones tras las vanguardias enemigas, casi siempre por desconocimiento de la situación exacta del frente, o realizando servicios de información.

 

En estos días conseguía su primera condecoración: la Medalla al Valor. “Me enteré leyendo “Pravda”. El Soviet Supremo me había concedido la Meda­lla al Valor por las acciones en el frente de Moscú. En la primera quincena de marzo de 1942 me convocaron al Kremlin para entregarme la medalla. La reci­bí de manos del propio camarada Kalinin. Me preguntó de qué nacionali­dad era. Le contesté: “español”, explica Gros.

 

En el Cáucaso

 

En el otoño de 1942 los miembros de la 4ª Compañía de la Brigada de Designación Especial del coronel Mijail Feodórovich Orlov han sido trasladados al Cáucaso. Algunos de los miembros de la 4ª Compañía se han quedado en la capital soviética, pero la mayor parte han salido de Moscú formando parte de dos expediciones y a finales de 1942 se encuentran en el Sur de la parte europea de la URSS. “Realiza­mos el viaje por Asia y tardamos más de un mes en llegar al destino, pasando mucha hambre y dificultades. Cuando llegamos a Tbilisi nos instalaron en el campo de fútbol del “Dynamo” de esta ciudad y realizamos una visita a la tumba de José Díaz”, explica Sebastia Piera. El jefe es Pelegrín Pérez y con él van entre otros, Agustí Vilella, Ramón Farré, José Parra, Agustí Ar­cas, Eduardo García, Modesto Castrillo, José Sandoval, Teodoro Carras­cal, Cipriano García, Enrique Escudero. Estos miembros del NKVD se­rían trasladados al norte de Georgia y algunos lucharían cerca de la montaña del Kasvet y la llanura del Kuban.

 

Preparados para volar Bakú

 

Cuando la unidad del NKVD de la que forma parte la 4ª Compañía de españoles llega a Bakú se le asigna una misión fundamental: preparar la voladura de los pozos petrolíferos de la zona para que no puedan utilizar­los los alemanes en el caso de que lleguen a conquistarlos. Obviamente, ello no se realizará hasta que los alemanes estén tan cerca que sea imposi­ble evitar que los campos de petróleo caigan en sus manos. Los soviéticos y españoles de la unidad instruyen al personal que trabaja en los pozos pe­trolíferos sobre la forma de realizar las voladuras, no sólo para destruir las torres sino también para bloquear toda posible extracción durante mucho tiempo.

 

Tales precauciones resultaron pronto innecesarias porque la ofensiva soviética forzó la retirada precipitada de la Wehrmacht alejando el peli­gro. Cuando ya no eran necesarios en Bakú, los miembros del NKVD fue­ron trasladados a Tbilisi y luego al Cáucaso del Norte. “En realidad, expli­ca José Sandoval, la mayor parte de nosotros tampoco participamos en los combates sino que estuvimos en el segundo escalón. Nos enviaron relativa­mente cerca del frente imagino que para damos la sensación de que partici­pábamos en la guerra, porque los españoles no parábamos de dar la lata pi­diendo ir a combatir.” Este criterio está bastante generalizado. Muchos consideran que los soviéticos alistaron a los españoles –y algunos de otras nacionalidades- en la Brigada del NKVD como una forma de protegerles. Por otro lado, tratándose de una unidad especial del Ministerio del Inte­rior, muy disciplinada, bien instruida y extremadamente adicta, se la te­nía preparada para actuar en casos límite y puntos de máxima importan­cia. Así había ocurrido en la custodia del Kremlin durante la batalla de Moscú y se reproducía en los pozos petrolíferos del Cáucaso: no fue nece­saria su intervención a fondo porque en ninguno de los dos casos los ale­manes completaron su éxito inicial.

 

Aunque la mayor parte de esta unidad actuó muy poco, hubo algunos de sus miembros que participaron en misiones especiales. Uno de ellos, Sebastiá Piera, cuenta su actuación: “Marchamos hacia Orzhonikidze, donde constituimos un comando operacional del que formábamos par­te siete u ocho españoles, entre ellos Agustí Arcas, Teodoro Carrascal y yo (Piera). El objetivo era la voladura de unos puentes en las cercanías de Krasnodar, a fin de que no pudieran pasar tropas motorizadas alemanas en retirada”. En este caso el comando no intentará cruzar las líneas en solita­rio, sino que un batallón soviético atacará y romperá el frente y por la bre­cha abierta penetrará el grupo operacional. Los planes se inician de la ma­nera prevista, pero los resultados del ataque del batallón soviético no son tan inmediatos como se esperaba debido a la fuerte resistencia alemana y los guerrilleros llegaron a los puentes cuando las columnas motorizadas alemanas ya se habían replegado. El comando se limitó a liquidar la pe­queña guarnición alemana de los puentes y en lugar de volarlos lo que in­tentó fue conservarlos para que pudieran usarlos las tropas soviéticas en su avance.

 

“Nuestro deambular por territorio enemigo se producía la noche del 31 de diciembre de 1942 al 1 de enero de 1943. Fue Vilella quien se acordó de que era Año Nuevo y en plena estepa nevada nos dimos los besos y abrazos típi­cos en la URSS”, rememora Piera. Después, perdidos en la noche, ateridos de frío y agotados por las muchas horas de marcha por la nieve buscaban un lugar en donde cobijarse. “A lo lejos, explica Piera, vimos una lucecita y nos dirigimos hacia allí. Era el rescoldo de un fuego y junto a él había varios hombres que estaban durmiendo. Estábamos tan agotados que íbamos a tendemos a su lado, pero nos dimos cuenta de que ni se movían ni respondían cuando tocamos a alguno. Eran cadáveres. Marchamos a toda prisa. ¡Cual­quiera se ponía a dormir con los muertos! Nunca supimos si eran soviéticos o alemanes. No nos entretuvimos en averiguarlo.”

 

El grupo perdido en la estepa lograría finalmente una relativa protec­ción en un campo de maíz, pero no podían descansar ni conciliar el sueño a causa del intenso frío. Al día siguiente vieron que estaban cerca de un río, del que sacaron agua y la hervían para beber algo caliente. Siguieron la marcha y llegaron a una casa de campo. Aunque su morador les dio co­bijo (con gente armada no tenía más remedio) les recibió con manifiesta hostilidad. “Hacía tortas de maíz y se las daba a un perro, pero a nosotros ni nos las ofrecía, creyendo que éramos rusos. Se notaba claramente en estos pueblos del Cáucaso el sentimiento antirruso. Luego nos oyó hablar entre nosotros y nos .preguntó de qué nacionalidad éramos. Le dijimos que france­ses y, a partir de aquel momento, se dispuso a alimentamos”. Esta anécdota de Piera es sólo un ejemplo del sentimiento de estos pueblos. Prueba de ello es que al llegar los alemanes colaboraron con ellos los tártaros de Cri­mea, los kalmucos y varias nacionalidades del Cáucaso. Incluso lo hicie­ron así una parte significativa de los ucranianos pero muchos de ellos cambiaron al comprobar la actitud opresora de los nazis.

 

Mientras el grupo operacional del que forma parte Piera andaba perdi­do por la estepa nevada y alguna otra partida estaba también de servicio, la mayor parte de los miembros de la 4ª Compañía pasaban tranquila­mente la Nochevieja en Orzhonikidze. Pocos días después, un batallón re­forzado soviético en el que van algunos españoles participa en operacio­nes de limpieza de grupos nacionalistas que habían sido armados por los alemanes y que se habían convertido en guerrilleros anticomunistas, cuan­do los soviéticos recuperaron el territorio. Las operaciones eran difíciles porque los antirrusos eran naturales de aquellas tierras y conocían el te­rreno a la perfección. Al amanecer de uno de estos días de enero de 1943 la vanguardia del batallón cayó en una emboscada, resultando muerto el jefe de la Plana Mayor y varios miembros de la unidad. Entablado el combate porque atacó el batallón soviético, el español Enrique Escudero y los hom­bres que tenía a su mando –soviéticos y españoles- flaquearon el núcleo enemigo y le causaron 14 muertos, obligándoles a huir en desbandada.

 

Los españoles de la unidad del NKVD también participaron en las ta­reas de vigilancia, información y algunas descubiertas en la cabeza de puente del Kuban, en los alrededores de la línea férrea Krasnodar-Novo­rossisk. Unos meses más tarde, cuando la batalla por el Cáucaso tenía un claro signo favorable a los soviéticos, los miembros de la 4ª Compañía del NKVD regresaron a Moscú. Un pequeño grupo había partido con anterio­ridad al recibirse un telegrama del general Artemiev, jefe de la plaza de Moscú, que reclamaba su presencia urgente con el fin de participar en una operación especial de la que se hablará en el momento en que corres­ponde cronológicamente.

 

Del Cáucaso a Moscú

 

En abril de 1943, estando en el Kuban, al norte del Cáucaso, unos espa­ñoles encuadrados en la 4ª Compañía de la Brigada del NKVD (OMS­BON) reciben la orden inesperada de presentarse en el Estado Mayor de la Brigada. “Mañana saldréis para Krasnodar, la capital del Kuban, y allí se os darán instrucciones, nos dijeron», explica José Parra «Parrita». Sebas­tiá Piera añade que «al llegar a Krasnodar se nos informó de que debíamos trasladamos de inmediato a Moscú y presentamos en el Estado Mayor de la Plaza de Moscú, a cuyo frente estaba el general Artemiev”. Estos españoles pudieron viajar en avión hasta la capital de la URSS, privilegio insólito pa­ra su grado de simples soldados, ya que sólo podían acceder al transporte aéreo los altos cargos militares y políticos, viéndose los demás obligados a realizar larguísimos viajes en trenes o incluso en improvisado auto-stop en camiones militares.

 

Recibidos por altos cargos del Comisariado del Pueblo (Ministerio) del Interior y del Estado Mayor de la Plaza de Moscú (Parra cree recordar que le recibió un tal Maklavki) se les comunicó que recibirían instrucción pa­ra realizar una arriesgada e importante misión, que era iniciativa de Beria y del propio Stalin.

 

Piera y Parra desconocían los prolegómenos que habían llevado a selec­cionarles para tal misión. De ello había sido protagonista otro español, José García Granda. Éste, que durante la Guerra Civil Española fue comi­sario de batallón, había formado parte de las unidades soviéticas del NKVD como radiotelegrafista, en mi servicio de gran responsabilidad que conectaba el Ministerio del Interior con los partisanos soviéticos que ac­tuaban en Rusia Central, Bielorrusia y Ucrania, y más tarde fue instructor de oficiales rusos sobre técnicas de Telecomunicación. Sin embargo, co­mo hombre de acción, Granda no se sentía satisfecho de la prestación de servicios en retaguardia y reiteradamente solicitaba a sus mandos ser en­viado a las guerrillas. Un día, hacia marzo de 1943, fue llamado por Ser­guei Ivanovich Bolokitin «Sergó», un mando soviético que se prepara­ba para marchar a la zona ocupada por los alemanes con un destacamento partisano. «Sergó» preguntó a García Granda si se veía ca­paz de preparar un grupo selecto de media docena de guerrilleros españo­les para una operación muy importante. Bolokitin conocía a los españoles porque había mandado fuerzas en el regimiento en que estaba integrada la 4ª Compañía durante la batalla de Moscú.

 

García Granda explica la génesis de creación del grupo: “José del Campo, que había sido comisario de “El Campesino” en la Guerra de Espa­ña, estaba conmigo en Moscú, y los dos nos pusimos a recordar nombres de miembros de la Compañía que por su juventud, audacia e inteligencia podían ser útiles para esta misión. Propusimos a Sebastia Piera, Rafael Pela­yo, Vicente de Bias y José Parra. Unos días después de entregar sus nombres al Mando del NKVD llegaban a Moscú provenientes del Cáucaso”. Granda –por el segundo apellido le conocen los españoles que residen en la URSS­ sería designado responsable del grupo español.

 

Los seis españoles van a formar un comando operacional conectado con los soviéticos para actuar en la retaguardia enemiga. Se les entregan uniformes y condecoraciones de la Wehrmacht y son sometidos a duros ejercicios de instrucción en los alrededores de Moscú. La preparación, co­mo recuerda Piera, se hizo a las órdenes de los generales Etingon y Sudo­platov, el primero de ellos hombre próximo a Beria[1]. Residen en diver­sas «dachas» en los alrededores de Moscú. Una de ellas, la que había sido de Iagoda, Comisario del Interior al que Stalin había fusilado, tuvieron que desalojada porque en ella iba a instalarse el Comité de Liberación de Alemania. Aunque estos españoles no lo recuerdan, según la documen­tación de la Segunda Guerra Mundial, el Comité de Liberación de Alema­nia se instaló en una «dacha» del pueblo de Ilinka, situado a unos 20 kiló­metros al sudoeste de Moscú. Seguramente, por tanto, sería éste el lugar en que estaban los españoles del comando. Durante los ejercicios de ins­trucción José del Campo sufrió una fractura en la rodilla, con lo que que­dó inhabilitado para seguir y el grupo se redujo a cinco hombres.



[1] Durante la Guerra Civil Española, Etingon estuvo en España y se le conoció con el nombre de «Kotov». Según manifestó en 1957 ante el Subcomité del Congreso Nortea­mericano el que había sido responsable del NKVD en España, Orlov, «Kotov» había di­rigido sabotajes y guerrillas en el territorio nacionalista y servicios de contraespionaje. Siempre según Orlov, Etingon fue el amante de la comunista Caritat Mercader y convir­tió al hijo de ésta, Ramón, en un útil agente que más tarde asesinaría a Trotsky. Ilya Eh­remburg dice en su obra «Eve of war» (Víspera de guerra), pág. 231, que «Kotov me ins­piraba cierta desconfianza». Refiriéndose también a la Guerra de España, el general Krivitsky habla de un tal general «Akulov» que organizó el espionaje militar en Catalu­ña. Algunos autores creen que Akulov y Kotov eran la misma persona. Etingon fue fusilado en la URSS en 1953 tras el asesinato de Lavrenti Beria, que era su jefe. Pueden encontrarse datos sobre la actuación de Etingon en «Mind of an Assas­sin» (Mente de un asesino), de Isaac Don Levine (Londres, 1960); en la declaración de Orlov ante el Senado norteamericano, y en «The Secret World» (Mundo Secreto), de P. Deriabin y F. Gidney, editado en Londres en 1960, página 187.

 

 

consecutivos la operación se repitió y ya estábamos molestos con tanta comedia. Finalmente un día vino un fotógra­fo, nos sacó fotos y se nos proveyó de documentación de oficiales de la Wehr­macht. Nos dijeron que en los días anteriores nos tenían preparados con los uniformes enemigos porque Stalin quería vernos. Estábamos cada tarde a la espera de la llamada telefónica para trasladamos al Kremlin, pero una y otra vez anulaban la audiencia porque las obligaciones de Estado del líder sovié­tico le impedían recibimos”. Stalin gustaba de todo cuanto tuviera rela­ción con las guerrillas, e incluso tenía interés en comprobar personalmen­te elementos como la mimetización de estos españoles convertidos en oficiales enemigos para realizar acciones guerrilleras, así como si los hombres escogidos para misiones de especial trascendencia respondían a los criterios de selección adecuados.

 

Finalmente, tras varios meses de –preparación, los españoles fueron in­formados del objetivo oficial de la acción para la que se instruían: deberán liquidar al General en Jefe Alemán de los Países Bálticos, Van Reitel que tiene su sede en Vilna (Vilnius).

 

En una primera observación resulta paradójico que el Mando soviético elija precisamente a un grupo de españoles para ejecutar tal misión cuan­do dispone de millares de guerrilleros rusos, bielorrusos, polacos o inclu­so de los propios Países Bálticos, todos ellos mejores conocedores de estas tierras, sus idiomas y costumbres. Sin embargo, la decisión ha sido toma­da tras un cuidadoso análisis: en la zona de los Países Bálticos se encuen­tra la retaguardia, los servicios y los hospitales de la División Azul. El gru­po de guerrilleros se haría pasar por oficiales de la División Española de Voluntarios que combate junto a los alemanes. Éste será el salvoconducto para acceder al puesto de mando alemán.

 

El plan tendría aún otro componente español importante: se les asigna la misión secundaria de capturar al jefe de la División Azul. “Teníamos ór­denes taxativas de no matarlo excepto que no quedara otro remedio. Se le quería hacer prisionero a fin de utilizar su captura con fines políticos”, dice Piera.

 

La acción principal, la eliminación del General en Jefe Alemán de los Países Bálticos, está en la línea marcada por Stalin y Beria de liquidar a los responsables alemanes de los países ocupados. Así se había hecho con el General en Jefe Alemán de Ucrania, a quien un grupo de guerrilleros, entre los que se encontraba el teniente Kusnetzov, pusieron una mina magnéti­ca que le hizo volar. Ahora se pretendía repetir el golpe en los Países Bálti­cos

 

“Se nos preguntó el nombre que queríamos dar a la unidad. Nuestra pro­puesta unánime fue la de “Guadalajara”, en recuerdo de la derrota infligida a los fascistas italianos durante la Guerra Civil”, recuerda García Granda.

 

Prisioneros de la División Azul

  

“Con el fin de preparar bien la operación, y lógicamente sin comunicar a nadie nuestros propósitos, nos desplazamos en varias ocasiones al campo de concentración de Cheropoviest para entrevistar a prisioneros de la Divi­sión Azul”, explican Granda y Piera. “Los prisioneros nos llamaban co­misarios. Allí nos enteramos de los lugares en que habían estado los divisio­narios, la vida en la unidad, nombres de oficiales, relaciones con la población civil rusa y los prisioneros soviéticos en el territorio ocupado por los alemanes,… Comprobamos por las reiteradas informaciones tanto de los prisioneros como de los que se habían pasado a los rusos que los miembros de la División Azul trataban bien a los prisioneros y a la población civil, que no había en ellos el menor asomo de racismo ni consentían que los nazis maltrataran a la población civil”, añade Granda.

 

En este campo consiguieron algunos escudos con la bandera española que los divisionarios llevaban en la manga derecha de la guerrera de su uniforme y que los españoles-soviéticos coserían en los uniformes con los que iban a actuar como guerrilleros. “En este campo de Cheropoviest cono­cí al capitán Palacios. Aunque enemigo y de ideas políticas diametralmente contrarias a las mías, como persona he de confesar que me agradó”, apostilla Granda.

 

En territorio ocupado

 

La preparación del grupo “Guadalajara” es lenta. Siguiendo un proceso minucioso pero también poco activo por parte de los soviéticos pasan muchos meses. Finalmente, en febrero de 1944, un bimotor «Douglas» despega desde las cercanías de Moscú rumbo al territorio ocupado por los alemanes llevando a los cinco españoles a bordo. Junto a ellos y a la tripulación van tres polacos y una mujer de los Países Bálticos, Simone Krimker, una judía que había estado en España durante la Guerra Civil.

 

Los españoles forman el comando operacional que deberá realizar la acción guerrillera principal, pero estarán conectados con un destacamento guerrillero de unos 150 hombres, cuya finalidad será proteger al grupo español, conseguir información y realizar trabajos complementarios, así como hostigar a los alemanes al igual que cualquier grupo partisano. Los tres polacos tienen misiones distintas y a tal fin deberán dirigirse hacia territorio de su país para organizar o colaborar con la resistencia antialemana.

 

El vuelo hacia la retaguardia nazi es fatal. La ventisca agita al avión, pero lo peor serán las piruetas del aparato bajando en picado hasta casi rozar las copas de los árboles para rehuir los focos y el fuego de los antiaéreos al cruzar las líneas del frente y luego el ataque de un caza alemán. Los partisanos devolvieron la comida ingerida horas antes de su partida.

 

El lanzamiento se realiza sobre un claro del bosque en una zona pantanosa del noreste de Vilna, desde una altura no superior a los 200 metros. “Yo tenía que lanzarme el último. La chica saltó delante de mí pero se enganchó un pie y tuve que sujetarla y ayudarla a subir de nuevo al avión. Pude salvarla de milagro. Cuando yo me lancé, quizá por el enredo de recoger a la muchacha, la anilla no funcionó bien. Tardó en abrirse el paracaídas y como estábamos tan cerca de tierra el batacazo fue tremendo. Menos mal que caí en un  lugar con gran acumulación de nieve que amortiguó el golpe pero aún  así quedé afectado en la columna vertebral”, asegura Parra.

 

Los españoles se conocen entre ellos más por los nombres soviéticos con que estaban rebautizados que por los de pila españoles. A Granda los ­demás le llaman Volodia, Piera es Kolia (diminutivo de Nicolás), Blas tiene como nuevos nombres Papanin e Iván, Pelayo es Sergei… Además, lo que a efectos de la acción es más importante, disponen de documentación falsa con nombres y datos españoles. Granda tiene el grado de capitán, mientras Parra, Piera y De Bias son tenientes y Rafael Pelayo será el único soldado raso y ayudante de los demás, lo que dará mayor apariencia de autenticidad a este grupo de «oficiales» de la División Azul que se mueven por la retaguardia. En su documentación, Sebastiá Piera es Fernando Mora Verdú, condecorado con la Cruz de Hierro. «Parrita», que incluso debería realizar un viaje complementario por el territorio enemigo, tendrá varios nombres falsos: José Ríos Penalva, Luis Mendoza Peña y Ángel Blanco, uniendo a su documentación datos familiares y currículum como el haber nacido en Cuenca y haber estado destinado en África… ¡”cuando yo nunca he estado en Marruecos!”, exclama.

 

Cuando marchan al territorio enemigo fueron lanzados también en pa­racaídas fardos con los uniformes alemanes y un gran paquete con billetes falsos. Los rusos, a fin de generar inflación en los territorios ocupados por los alemanes, introducían grandes cantidades de moneda falsa por medio de sus guerrilleros y agentes. “Llevábamos dinero a montones y dejábamos en cualquier parte”, dice Piera. Aparte, también en paracaídas, llegaron minas magnéticas, silenciadores, armas cortas y material bélico diverso.

 

La base operacional en la que se sitúan los españoles será la de un des­tacamento guerrillero situado al sur de Vilna, cerca de Mileika. Al frente de dicha base estaba el coronel soviético «Casimir» y en ella se encontraba “Sasha”, el que más tarde sería secretario general del PC de Lituania y miembro del gobierno de dicha República. El destacamento partisano te­nía dos emisoras de radio y enviaban información a Moscú sobre el paso de trenes, horarios, estaciones en las que se detenían, así como voladuras y acciones guerrilleras realizadas.

 

El grupo “Guadalajara” va reuniendo datos para la operación, suminis­trados en buena parte por paisanos soviéticos que prestan servicios a los alemanes. Conocen datos sobre características del edificio en que reside el General en Jefe Alemán, movimiento de gente y horarios, puestos de guardia, organización… Por otro lado, los españoles “confraternizan” con milita­res de la “Legión Azul” que están en Riga, Vilna… En esta época, concre­tamente en marzo-abril de 1944, se produciría la retirada de la Legión Azul y su retorno hacia España, pero durante un tiempo hubo aún perso­nal de los servicios de la unidad e incluso de la misma División Azul. Piera explica que en más de una ocasión ellos actuaron como provocadores:

 

“Era escasa la simpatía mutua entre los alemanes y los españoles de la Le­gión o División Azul y menudeaban los altercados en los bares. En más de una ocasión nosotros promovimos los insultos y tensiones y luego nos mar­chábamos”.

 

Parra en misión especial

 

Mientras se fragua la operación, José Parra –con el empleo de Oberlei­man (teniente mayor) y ahora llamado Luis Mendoza Peña-y Rafael Pela­yo, que aparece como soldado ayudante, deben cumplir una misión espe­cial desplazándose a Kaunas y Vilna. García Granda explica por qué les envió: “La primera fase de la operación consistía en comprobar si nuestra documentación era adecuada para pasar desapercibidos y podíamos traba­jar entre el Ejército alemán y la Legión Azul, así como establecer contactos con nuestros enlaces”.  .

 

Parra y Pelayo viajan en tren. Para sustraerse a los sabotajes de la gue­rrilla bolchevique los alemanes habían organizado el servicio de forma que los primeros vagones de los convoyes se destinaban a población civil y los de detrás a los militares alemanes, subdivididos a su vez entre tropa y oficiales. Los dos españoles, sin embargo, se colocaron en ocasiones entre los civiles y tuvieron que superar controles de las SS en plena noche. Parra eludió uno de ellos simulándose ebrio y abrazándose a una muchacha que viajaba frente a él en el tren y que se sintió sorprendida y no supo reaccionar ante el súbito arrebato pasional del oficial de la Wehrmacht que tenía enfrente.

 

Los españoles vieron cómo los SS detenían un tren en el bosque y fusilaban a muchos de los viajeros. En uno de los viajes su documentación fue’ detenidamente examinada por un comandante de las SS sin que detectara irregularidades; en otro momento departió con un capitán nazi compañero de departamento. Cuando se les preguntaba por su destino respondían que iban al hospital español de Vilna.

 

Llegaron a Kaunas. Parra intentó alojarse en el «Hotel Metropol» donde debía enlazar con un informador, pero la conexión falló. Intentó evitar quedarse en la calle cuando se acercaba la hora del toque de queda, y el uniforme alemán le sirvió para que le acogiera en su casa una anciana se­ñora anticomunista, la cual le mostró un álbum de fotos de su hijo, que es­taba alistado en las unidades lituanas que luchaban contra los soviéticos. Tampoco al día siguiente consiguió la conexión prevista, con lo que se vio obligado a iniciar el camino de regreso. Prefirió evitar los vagones de pa­sajeros ante la posibilidad de que el enlace que no había encontrado hu­biera sido detenido por los alemanes y en los interrogatorios “cantara”. Parra explica que “no podía exponerme a seguir el mismo camino que a la llegada, y, en lugar de ir en los mismos vagones que el personal civil o los mi­litares, con una propina de veinte marcos y una botella de licor conseguimos que el maquinista nos dejara viajar en la cabina de la locomotora~ Cuando subíamos allí un miembro de la Gestapo intentó detenemos pero le apunté con la pistola y acusándole de ser partisano lo liquidé. Cuando estábamos cerca de la estación de Pobreda el maquinista aminoró la marcha y pudimos saltar del tren”. A pesar de los contratiempos, García Granda considera que “el resultado de la comprobación fue magnífico, pues Parra y Pelayo se pasearon por los Países Bálticos con tranquilidad y sin tropiezos en los rigu­rosos controles alemanes. También sirvió para establecer algunos contactos con la resistencia de estos países y enlazar directamente con el movimiento guerrillero”.

 

Pelayo y Parra deberían superar otras muchas dificultades. Y no sólo ellos sino todo el grupo español y los demás partisanos soviéticos que constituían el destacamento. Habían ido a parar al área situada alrededor de la confluencia de las fronteras polaca, lituana y de Bielorrusia, donde se producían serios enfrentamientos entre nacionalistas polacos y partisa­nos soviéticos. Además, por los bosques pululaban desertores de diversos ejércitos que se defendían ante cualquiera. Varias agrupaciones de guerri­lleros soviéticos fueron eliminadas por los polacos. García Granda dice que “los nacionalistas polacos hicieron más bajas a nuestro destacamento que los alemanes. Los polacos incluso aprovechaban las horas de sueño de los soviéticos para liquidarlos. Su agresividad contra los rusos era muy grande. Recuerdo una reunión que se celebró entre mandos guerrilleros pola­cos y soviéticos. En el brindis, el responsable soviético pronunció un parla­mento haciendo votos por la amistad entre ambos pueblos, a lo que el jefe polaco respondió que no podía brindar por ello. Hábilmente, el ruso propuso una nueva fórmula referida a la lucha conjunta contra los alemanes. Esta vez coincidieron y bebieron juntos”. Se trataba en este caso de polacos que se oponían por igual a los alemanes y a los soviéticos.

 

Parra acusa a los nacionalistas polacos de estar al servicio de los alema­nes. Lo cierto es que él se vio envuelto en una lucha entre grupos polacos verdaderamente colaboracionistas de los alemanes y guerrilleros soviéti­cos. Como llevaba uniforme alemán, un polaco de esta fracción colabora­cionista incluso le llevó al puesto de mando alemán de la zona, donde le informaron de la situación y hasta le dieron una carta de presentación pa­ra desplazarse hasta otro puesto de mando germano. Parra salió de allí pretextando que le esperaban en su Estado Mayor, pero sería capturado por un grupo de partisanos soviéticos que se preparaban para fusilarle junto a varios prisioneros alemanes. “Los guerrilleros estaban borrachos. Yo les explicaba que era uno de los suyos a pesar de llevar uniforme alemán, pero no me creían. En tal tesitura salió uno de la arboleda que me llamó “to­varich” (camarada), lo que me salvó. Puesto en libertad pude reunirme con el resto de españoles y mi destacamento guerrillero”, dice Parra. Granda es más explícito en los resultados: “La suerte acompañó a estos dos camara­das del grupo “Guadalajara”. Al recibir la orden de reincorporarse al grupo tenían que pasar por territorio ocupado por guerrilleros nacionalistas pola­cos, los cuales al verlos pasar con uniformes de oficiales alemanes creyeron que eran enlaces entre la Wehrmacht y los nacionalistas polacos y les entre­garon una documentación que, como comprobamos, evidenciaba que ellos estaban comprometidos con la Gestapo y al mismo tiempo recibían órdenes del Gobierno polaco de Londres. Esta información fue transmitida a Moscú ya los pocos días el grupo fue felicitado por el mando soviético”.

 

Líneas básicas de la operación

 

Piera explica que “tras unos tres meses de estancia en la zona todo estaba preparado para el golpe. La forma de entrar en el edificio del mando alemán consistía en pedir una audiencia al General en Jefe Alemán con el fin de presentarle una petición reivindicativa. Se trataba de una fórmula prevista en las ordenanzas militares alemanas, que precisaban la obligatoriedad de solicitar la audiencia por escrito. Tras recibir respuesta comunicando la fe­cha y hora había que presentarse el día correspondiente en el puesto de guar­dia del edificio. Por la información de personas del servicio de limpieza que colaboraban con los guerrilleros conocíamos perfectamente la distribución interna del edificio, puntos en los que había guardias, ubicación de los diver­sos despachos, escaleras, puertas…”.

 

“Dos de entre nosotros iríamos al despacho del General alemán y usan­do una pistola con silenciador le liquidaríamos. Hasta el último momento y a suertes, no se decidiría quiénes serían los dos que entrarían en el despacho. Teníamos claro que eran mínimas las probabilidades de supervivencia de los dos que realizaran el atentado, porque es obvio que antes de marchar, y aun­que no oyeran el disparo, los ayudantes y miembros de la guardia del General se darían cuenta de lo ocurrido y obrarían en consecuencia. En tal sentido, los dirigentes soviéticos nos habían prometido que si conse­guíamos dar el golpe liquidando al citado responsable nazi seríamos galar­donados como Héroes de la Unión Soviética”, sigue explicando Piera.

 

Cuando se preparaba la operación les llegaron refuerzos. Eran, un ale­mán al que conocían por “Willy”, que había formado parte de las Briga­das Internacionales en la Guerra Civil Española, que hablaba perfectamente castellano y un artista cinematográfico soviético con el nombre de “Kolia”, los cuales habían participado en la liquidación del General en Jefe Alemán de Ucrania.

 

Estaban perfilándose los últimos detalles antes de pedir la audiencia, cuando, precipitadamente, el mando alemán de los Países Bálticos evacuó la zona en una noche, debido al inicio de una gran ofensiva soviética. Con ello quedaba imposibilitada la realización del atentado. “Por la radio co­municamos el cambio de planes a Moscú, y se nos ordenó que persiguiéra­mos a los alemanes en su retirada, e intentásemos realizar el atentado don­dequiera se hubiera instalado el citado mando alemán. Penetramos incluso en Prusia Oriental, en territorio del Reich, en los bosques de Augustov Lie­sov, pero allí no había guerrillas soviéticas. Muy al contrario, se trataba de población alemana que no sólo no colaboraba con nosotros sino que nos re­cibía a tiros cuando íbamos a una casa de campo. Además, se sumaba otra dificultad: a diferencia del bosque soviético, que está lleno de monte bajo y árboles de poca altura y, por tanto, es muy apto para esconderse, el bosque alemán era limpio, y al ser terreno llano la visibilidad era muy grande. Nues­tro destacamento partisano y otros que penetraron sufrieron muchas bajas. En vista de la situación, se nos comunicó por radio la orden de abandonar el proyecto y retiramos hacia el Este al encuentro de las tropas soviéticas de Rokossovsky que avanzaban”, dice Piera.

 

Cercados

 

No habían terminado todos los avatares del destacamento soviético-es­pañol a pesar de haber renunciado al objetivo perseguido. “Estando aún en territorio polaco estuvimos cercados tres días por tropas polacas colabo­racionistas de los alemanes en una zona pantanosa. La situación era dramá­tica, no sólo por la persecución enemiga sino más aún por las condiciones del terreno. Si caías al agua te hundías. Eran una especie de arenas movedi­zas. Aún recuerdo cómo a pocos metros de mí se hundía lentamente un ca­ballo que llevábamos con nosotros. Cuando sólo sobresalía del agua una parte de la cabeza sus ojos emanaban una imagen que parecía gritar “¡Sal­vadme!”, pero nada podíamos hacer. Los guerrilleros nos situábamos en la reducida porción de tierra que emergía junto a los árboles. Así estuvimos tres días sin comer más que alguna hierba y sin poder beber la infecta agua es­tancada. Tampoco nuestros sitiadores se atrevían a penetrar en la zona pan­tanosa para perseguimos, pero si no tomábamos la decisión de romper el cerco íbamos a desfallecer allí. Éramos los cinco españoles y un centenar de soviéticos y a propuesta española realizamos un ataque en tromba en un punto logrando salir, aunque sufrimos muchas bajas de soviéticos», explica Piera y lo ratifica García Granda. «Era tal el hambre que tenía que cuando en nuestra huida atravesábamos corriendo un campo de trigo yo iba arran­cando espigas que no estaban aún maduras e iba llenándome los bolsillos”, añade Sebastia Piera.

 

El grupo partisano llegó más tarde a una aldea polaca y se presentó a la gente como el comando que supuestamente había eliminado a los soviéti­cos del pantano, engaño que creyeron los habitantes de la aldea por cuan­to algunos de los que formaban parte del destacamento, entre ellos los es­pañoles, vestían uniformes alemanes más o menos incompletos.

 

Siguió la marcha hacia el Este, teniendo que cruzar en barca por la no­che y en peligrosas condiciones el río Niemen, en una época de crecida por las aportaciones de las últimas nieves derretidas en la primavera. An­tes de cruzado los españoles contribuirían a evitar que los alemanes se fortificaran en el río. “Cuando se había liberado Bielorrusia el río Niemen podía ser una barrera natural que los alemanes utilizaran para detener el avance soviético. Nosotros hicimos una cabeza de puente para evitar que los alemanes se fortificaran allí”, explica Parra. Los otros dos corroboran el hecho, aunque reduciendo la trascendencia que da Parra a la “cabeza de puente”.

 

“Los alemanes estaban evacuando los Países Bálticos y grandes columnas de tropas se dirigían hacia el Oeste. Nos situamos en una cuneta y espera­mos a una unidad alemana. Piera y yo lanzamos unas granadas anticarro contra un tanque que estaba a pocos metros de nosotros, destruyéndolo, aunque la metralla me afectó a mí también y resulté levemente herido”, dice Parra. Por su parte Granda dice que “vimos volar por los aires una tanque­ta a la que lanzamos bombas, pero luego seguía corriendo. El que quedó des­truido fue un coche que estaba cerca de aquella”.

 

Tras cruzar el Niemen siguieron su marcha hacia el Este. Encontrándo­se ya en Bielorrusia, cerca de la frontera lituana, se consideraban a salvo por llegar a territorio liberado, aunque sin contactar todavía con tropas soviéticas, pero surgirían nuevas situaciones de peligro porque quedaban bolsas o restos de unidades alemanas que no habían podido retirarse. Un día se quedaron a dormir en una carreta y habiendo sido rodeados por los hitlerianos tuvieron que combatir de nuevo con ellos. En los últimos com­bates resultó herido Vicente de Blas.

 

Finalmente llegarían a conectar con las tropas soviéticas. Su actuación por territorio enemigo había terminado. No se habían podido cumplir los objetivos más importantes de la misión, pero habían actuado como desta­camento guerrillero hostigando al enemigo en numerosas ocasiones, con­siguieron importante información, interconectaron enlaces…

 

La deserción de Pelayo

 

En esta marcha hacia el Este, sin embargo, se había producido la de­serción de uno de los españoles, Rafael Pelayo. Al referimos a ello Piera evita entrar en detalles y Parra se muestra agresivo con el desertor. El responsable del grupo, García Granda, describe los pormenores del su­ceso. “Pelayo se marchó, pero no para evitar el combate o pasarse al ene­migo. Sin duda la indisciplina se debió a su espíritu aventurero obsesiona­do por las grandezas”, dice. Granda explica que Pelayo había sido capitán de tanques durante la Guerra Civil Española y ya durante la ba­talla de Moscú, a finales de 1941, había hecho algo similar a lo ocurrido ahora. Pelayo se había agenciado unos prismáticos de los tenientes de la 4ª Compañía, de la que formaba parte, y se marchó sólo hacia el frente, donde se unió a otra unidad del NKVD integrada por soviéticos. Desde ésta se enviaría una comunicación a la 4ª Compañía informando de la presencia de Pelayo. En la unidad de españoles se acordó pedir que lo fusilaran por desertor, pero los rusos no lo hicieron porque en ningún momento había intentado pasarse al enemigo o rehuir el combate y le incorporaron a una compañía de soviéticos, donde llegó a ser muy po­pular por su simpatía, audacia y conocimiento del idioma ruso. Más tar­de, reintegrado a la 4ª Compañía, iría al Cáucaso con el resto de españo­les del NKVD, aunque muchos hispanos le tejerían un entorno de aislamiento y desprecio. A pesar de todo, García Granda y Del Campo se acordaron de él al formar el grupo «Guadalajara», por considerarle  un hombre audaz aunque poco disciplinado.

 

Pelayo haría una de las suyas en la última fase de actuación del grupo partisano, cuando retornaba al encuentro de las unidades soviéticas. “Nos pasábamos las noches andando, recorriendo alrededor de treinta kilómetros todas las noches, realizando detenciones de diez minutos cada hora de mar­cha. Aprovechábamos las paradas para descansar un poco, reagrupamos y arreglamos los “peales”[1]. En una de las paradas Pelayo no aparece y pen­samos que ha debido despistarse. Al reproducirse su ausencia en las siguien­tes detenciones realizamos recorridos adelante y atrás en su búsqueda, sin que lográramos localizarle. Hablé con los soviéticos que hacían de rastrillo del destacamento guerrillero y me dijeron que Pelayo se había quedado atrás para arreglarse los trapos de los pies. Lo cierto es que no volvió a aparecer. Su deserción se produjo de forma especialmente inoportuna, porque era él quien llevaba casi toda la documentación nuestra como falsos miembros de la División Azul, aunque nosotros teníamos los uniformes alemanes”, expli­ca Granda.

 

“Al llegar a Moscú unas semanas más tarde, unos mandos soviéticos nos presentaron a Pelayo y nos dijeron que se había ido a otro destacamento. Los cuatro nos abalanzamos sobre él para pegarle una paliza, pero nos lo quita­ron de las manos. Emitimos nuestro informe sobre la actuación del grupo “Guadalajara” en la retaguardia enemiga y nunca más lo volvimos a ver. Años más tarde supimos que había regresado a España con los prisioneros de la División Azul, que escribió un libro hostil a la URSS y llegó a ser confi­dente de la policía española”, termina diciendo García Granda.

 

El hijo de Stalin

 

Con facetas diversas, las narraciones de los tres protagonistas del grupo «Guadalajara» son coincidentes. Sin embargo se habla de un tercer objeti­vo (además de liquidar al General en Jefe Alemán y capturar al mando de la División Azul) al que no hemos hecho alusión anteriormente porque los protagonistas discrepan y es precisamente en ello donde se encuentra lo más novelesco y popular de la operación: liberar al hijo de Stalin, pri­sionero de los alemanes.

 

García Granda, el responsable del grupo, dice que nunca le hablaron de ello. Sebastiá Piera recuerda que se enteró de que podían haber interveni­do en tal operación mucho después de que hubiera terminado su estancia en territorio enemigo, en tanto que “Parrita” afirma que “si la tarea hubie­se salido bien hubiéramos dado una alegría grande a alguien muy querido. Quién era esta persona me lo reveló, en el mayor secreto, la chica de los Paí­ses Bálticos, Simone Krimker. Se estaba preparando una operación para in­tentar liberar del campo de concentración al hijo mayor de Stalin”. Sin em­bargo, Parra dice que nunca llegó a saber de qué forma iba a participar él y en general, el grupo de españoles, en la operación.



[1] Trapos que cubrían los pies en lugar de calcetines



 

Sea cual fuere el grado de realidad de este aspecto de la operación, sin duda el más espectacular y que hubiera tenido más proyección mundial de cuantas tenían asignados los españoles residentes en la URSS, el resul­tado es que se supo al final de la guerra que el hijo de Stalin había muerto en los campos de concentración alemanes.

 

Otros españoles, como Aureli Arcelús, buen conocedor de cuanto ocu­rrió en la URSS, y particularmente de la vida de los españoles, manifies­ta su escepticismo acerca de la probabilidad de que se intentara liberar al hijo de Stalin, al menos con conocimiento del líder georgiano. «Stalin siempre se negó a que se realizaran acciones en beneficio de su propia fa­milia». Parra, por el contrario, reafirma que «no pudimos dar la alegría a Stalin.

 

La veracidad o detalles de este aspecto de la operación quizá no podrá conocerse hasta que se abran los archivos del Kremlin o lo explique algún alto cargo soviético relacionado con el tema.

 

 

 


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